martes, 31 de octubre de 2017

Un par de colaboraciones esporádicas en radio (y otras en serie)

Hace mucho que no escribo nada específico para el blog, pero por lo menos voy recogiendo las cosas que hago en otros sitios. Algo es algo.

En estos días me han llamado de un par de programas de radio:

27 de octubre, en Boulevard de Radio Euskadi, sobre la tesis doctoral de Hawking, su apertura (gratuita) al público y la avalancha de descargas: audio aquí

30 de octubre, en Cope Navarra, sobre el último vídeo de ciencia en el bar y si el huso horario que tenemos es muy malo y el cambio de hora razonable: audio aquí

Y ya que estamos con la radio, este curso académico 2017-18 continuamos con Javier Armentia y Álvaro Valderrama con "El Vermú de la Ciencia" en Ser Navrra. Y ya vamos por la cuarta temporada. Los audios del vermú se van colgando en Ivoox (aquí) y en la página de Ciencia en el Bar (aquí).

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Ah, se me olvidaba, también la 2ª colaboración con Carlos Marañón "el perolas" en su programa de Cope Navarra. En esta ocasión unas pinceladas sobre los hornos microondas:

jueves, 26 de octubre de 2017

Diálogos, 5 temas para reflexionar.

Con motivo del 30 aniversario de la UPNA, entre otros muchos actos, se celebró un ciclo de "Diálogos". Cinco temas importantes en la sociedad actual dieron para una interesante conversación entre expertos en las respectivas materias. Cada uno de ellos duró cerca de dos horas incluyendo las preguntas del público. Aunque el conjunto completo es bastante extenso, es un buen material para la reflexión. Las charlas se grabaron en buena calidad, más abajo están los enlaces a cada una. Por mi parte, agradezco mucho a los organizadores, la UPNA y Laboral Kutxa, la oportunidad de actuar como moderador en estos diálogos.


Enlace a la página del 30 aniversario de la UPNA
Enlace a la página Diálogos-Navarra
Enlaces a los vídeos (en You Tube):
- La sociedad en tiempos de posverdad
- La salud en el siglo XXI
- Gastronomía y ciencia
- Robots y empleo en la industria 4.0
- Energía y sostenibilidad

martes, 24 de octubre de 2017

La universidad a hombros de gigantes

Tuve ocasión de participar en el programa de RNE A Hombreos de Gigantes, conducido por el gran Manuel Seara Valero. Con motivo del 30 aniversario de la UPNA hablamos de muchos aspectos de la universidad: la internacionalización, los rankings, lo de que los estudiantes siempre vienen peor preparados que antes,...

Le agradezco mucho a Manuel la oportunidad, me lo pasé muy bien. El audio a continuación:

domingo, 22 de octubre de 2017

Este artículo se publicó el 17 de octubre de 2017 en Voz Pópuli (ver allí).



Hay muchos síntomas que pueden llevar a pensar que está rota la máquina de hacer ciencia, como comentaba en estas páginas Antonio Martínez Ron hace unas semanas. En mi opinión esos síntomas se corresponden con un momento de crisis en la ciencia como actividad profesional, una especie de adolescencia del sector que habrá que gestionar adecuadamente para evitar que caiga en malos hábitos y continúe con un desarrollo saludable. Intentaré justificar esta idea en los siguientes párrafos.

La ciencia como búsqueda de la verdad tiene milenios, como forma de pensamiento estructurado centenares de años, pero como actividad profesional institucionalizada data de los años 50 del siglo pasado. Gracias al proyecto Manhattan  se ahorraron años de guerra, muchas vidas y muchísimo dinero, obtenidos como rendimiento de una inversión bajísima (relativamente) en conocimiento. Ese proyecto sirvió de modelo y los estados comenzaron a financiar a los científicos a través de proyectos de investigación. Universidades y centros de investigación alojaron a un gran número de personas dedicadas profesionalmente a la ciencia. En muy pocos años se había creado un sistema de ciencia profesional con diferentes organismos financiadores, evaluadores del resultado de los proyectos, empresas, etc.

La estructura de ese sistema de ciencia profesional es distinto en cada país, se desarrolla a distintas velocidades en distintos lugares, pero comparte de forma casi global dos características relevantes para lo que aquí nos ocupa: (i) las publicaciones científicas en forma de artículos juegan un papel clave en el funcionamiento del sistema y (ii) la financiación pública dedicada a los mismos ha crecido de forma significativa y sostenida desde su creación hasta la crisis económica de la pasada década.

La actividad de un científico profesional gira alrededor de la publicación científica, de los “papers”. Un proyecto comienza con una revisión bibliográfica, la búsqueda y lectura de lo publicado sobre el tema a investigar. Luego la investigación se desarrolla guiada por la literatura existente respecto a métodos experimentales, etc. Finalmente se concluye con la redacción y publicación de nuevos artículos en los que se comunican los resultados de la investigación. Estos artículos los publican editoriales (en su inmensa mayoría privadas) tras un proceso de revisión por pares en el que otros científicos del mismo campo de especialización analizan, corrigen y, en su caso, autorizan la publicación. También están en la base de la evaluación de los proyectos y de los propios científicos: cuantos más artículos y de mejor calidad se han publicado, se entiende que mejor es el proyecto (o el científico). Finalmente, los organismos financiadores actúan basándose en esas evaluaciones de calidad concediendo proyectos como continuación de otros exitosos, promocionando a científicos mejor evaluados frente a otros, etc.

Cuando el sistema anteriormente descrito está afinado (lo que ha ocurrido en la mayoría de las disciplinas durante décadas) los intereses de todos los actores están alineados, el mayor beneficio de cada uno coincide con el beneficio del sistema entero. Seguramente por eso ha funcionado tan bien tanto tiempo. Los investigadores quieren leer artículos relevantes para su trabajo; las editoriales quieren, por tanto, publicar trabajos interesantes; los revisores evitan errores y cuestiones de poco valor; los científicos, a la hora de publicar, comunican resultados correctos e interesantes para que pasen la revisión y sean publicados; los evaluadores disponen de un “proxi” de calidad (el número y calidad de los artículos) razonablemente objetivo y fiable; y los financiadores disponen de un mapa suficientemente fidedigno del sistema como para destinar los recursos adecuadamente (con la mezcla de criterios políticos y de rendimiento que en cada caso se hayan planteado). Como además los presupuestos destinados al sistema van creciendo, se van creando nuevos grupos de investigación y puestos de trabajo de científico profesional a un ritmo que hace que la mayoría de los jóvenes investigadores puedan desarrollar una carrera (de ahí que durante muchos años el paro entre personas con doctorado fuera muy cercano a cero http://www.agenciasinc.es/Noticias/La-tasa-de-paro-de-los-doctores-en-Espana-esta-por-debajo-del-5 ).

Aunque la anterior descripción presenta una visión simplista (incluso podríamos decir que edulcorada) de la situación real, se pude considerar el modelo ideal que los diferentes actores tenían en la cabeza y cuya consecución se ha ido buscando introduciendo reforma tras reforma suavemente. Pronto se vio que evaluar considerando sólo el número de artículos generaba una inflación de los mismos, disminuyendo su calidad, lo que llevó a introducir la medida de calidad a través del impacto de los trabajos, el número de veces que eran citados tras su publicación (y el valor medio de esas citas de cada revista, el famoso “factor de impacto”. En España se introdujeron los “sexenios de investigación”  como incentivo para incorporar a este sistema de ciencia profesional a profesores universitarios que se habían formado en un sistema previo y cuyo estatus funcionarial ayudaba al cambio. Igual que con estos dos ejemplos, se podría continuar analizando medidas de política científica como correcciones para ajustar el sistema real al ideal antes esbozado (algunas vividas de forma traumática, como la incorporación al mismo de disciplinas cuya tradición era muy diferente de la publicación de artículos y de la presión por producirlos).

Así llegamos a los últimos años en los que el sistema de ciencia profesional está sufriendo unas presiones muy importantes que no sería raro que lo llevaran a modificaciones muy importantes. En mi opinión, la causa última de esas presiones se encuentra en dos factores que se realimentan mutuamente: (i) la reducción de presupuestos, por primera vez en 70 años y (ii) la generalización de internet.

Cómo internet cambió drásticamente la industria de la música es algo bien conocido. La música se digitalizó, se liberó de los soportes físicos (discos, CDs, etc.) y comenzó a circular entre personas con aplicaciones de intercambio (Emule, Napster y similares) y acabó con las empresas tradicionales de comercialización y producción de discos. No así con la creación, distribución y consumo de música que han encontrado otros cauces. Por el contrario, la industria de los artículos científicos, las editoriales, no ha sufrido esta transformación. Se ha beneficiado de la reducción de costes que supone la edición electrónica, pero lejos de disminuir los precios, estos han subido. Uniendo este hecho a la reducción de presupuestos disponibles se entiende que universidades prestigiosas, incluso países enteros hayan tenido serios problemas para mantener el acceso de sus científicos a las publicaciones científicas. Teniendo en cuenta que el equivalente científico a Napster (Sci-hub) es utilizado ya por millones de investigadores, la presión sobre el sistema de publicación es difícilmente sostenible a medio plazo.

Por otro lado, también debido a la reducción de presupuestos, la competición entre científicos por unos recursos cada vez más escasos (sea como financiación para proyectos o plazas de promoción) ha generado una enrome inflación en los parámetros de evaluación (número y citas de los artículos) que se traduce en una enorme presión por publicar. Es lo que se ha dado en llamar “publish or perish” (publicar o perecer). Para sobrevivir en el sistema hay que publicar muchos artículos con factores de impacto muy altos, muchos, muchos.

El que los artículos sean el indicador de calidad de los científicos que utiliza el sistema es la principal causa de que no haya quebrado aún el sistema de publicación. Hay que seguir publicando en esas revistas “o perecer”, aunque esto suponga pagar por publicar, reduciendo aún más el presupuesto disponible para la propia investigación.

La presión del “publica o perece” sobre el sistema entero está haciendo que los científicos, en su labor de revisores, sean más laxos. Con ello trabajan menos en un aspecto poco productivo de su actividad y además, al disminuir los estándares, se verán beneficiados pudiendo publicar trabajos más flojos. Esto está dando lugar a una disminución de la calidad global de la ciencia que se publica, lo que se puede observar en el aumento de retracciones y, sobre todo, en la llamada “crisis de reproducibilidad”, el que mucho de lo publicado sea en realidad irreproducible.

En resumen, el sistema ideal expuesto al principio en el que el éxito de todos los agentes estaba alineado ha comenzado a desajustarse, ya no es cierto que todo reme en la misma dirección. El sistema de ciencia profesional ha crecido haciéndose mayor cada vez y, probablemente, ha llegado a su tamaño máximo, ya que no nos previsibles grandes aumentos de los presupuestos estatales destinados a este fin, ni que ese papel vaya a ser sustituido por un sector privado que haga de mecenas. Como un infante que ha llegado a la adolescencia y ya no crece más en altura pero ha de continuar su desarrollo en otras dimensiones, el sistema de ciencia está sufriendo una crisis de crecimiento muy importante. Esperemos que este adolescente sea capaz de superar esa peligrosa etapa vital sin caer en comportamientos inadecuados y que siga resultando tan útil a la sociedad como lo ha sido en estas 7 décadas de infancia.

domingo, 15 de octubre de 2017

Ciencia de la cocina en Cope Navarra

Este curso que comienza voy a colaborar de vez en cuando en un progama de cocina de Cope Navarra. De la mano de Carlos Marañón "el perolas", comentaré alguna cuestión de ciencia de la cocina de vez en cuando. Coemnzamos el pasado 12 de septiembre con los misterios de hervir agua:


jueves, 5 de octubre de 2017

La ciencia que mueve el mundo

Con motivo del 30 aniversario de la Universidad Pública de Navarra nos invitaba el Consejo Social a algunos profes a reflexionar sobre el futuro que nos viene a medio plazo. A mi me cuesta hacer predicciones (sobre todo si son sobre el futuro, como decía Bohr), pero si tengo claras algunas cosas sobre dónde estamos:

- Visitando Numancia y viendo la recreación de una casa de los romanos en el 200 AC me sorprendió lo familiar que resultaba. En mi infancia, en zonas rurales había muchas casas iguales a esas. Desde el tiempo de aquellos romanos hasta el tiempo de mis abuelos la vida del día a día apenas cambió.

- En los últimos años (un par de siglos como mucho, algo ínfimo en escala de milenios) el mundo se ha disparado en cualquier magnitud que queramos medir: esperanza de vida, número de personas, riqueza, consumo energético por habitante,...

- Lo que ha permitido ese despegue hacia un nuevo mundo (claramente mejor a mi juicio) es la ciencia. No tanto los resultados científicos y tecnológicos como la forma de pensar que ese avance requiere. Cederle la vara de mando a la naturaleza (a través del experimento) no es algo menor. Ya no la tienen los dioses, ni siquiera los hombres.

- Mantenernos en ese "nuevo mundo" de vidas largas y agradables va a requerir perseverar en el pensamiento crítico y las decisiones basadas en la evidencia, así como potenciar unos sistemas de ciencia públicos potentes.

Ese discurso a grandes rasgos es el que me sugiere la amable invitación de mi Consejo Social y que expongo con las siguientes imágenes (con tan poco texto que si no escribía lo anterior se hacían inútiles):

martes, 3 de octubre de 2017

Ser humano hoy (Euskonews)


Me invitan en Euskonews a contestar la pregunta que están haciendo en 2017 a un buen número de gente. Nada menos que
Zer da gizakia izatea gaur egun?
¿Qué es ser humano hoy?

La dirección del sitio es esta, y a continuación dejo también el breve texto que escribí como respuesta:

 Ser humano hoy es poca cosa. Hoy sabemos lo gigantesco que es el universo y lo minúsculo de nuestro hábitat en comparación. Hoy conocemos muchos detalles de los procesos evolutivos y que, en realidad, no somos la cúspide de la misma sino una rama más del enorme árbol de la vida. Sabemos que la velocidad de la luz es un límite inalcanzable. Sabemos, gracias al teorema de Gödel, que no se puede construir un sistema lógico cerrado y completo. El avance del conocimiento científico en los últimos siglos ha ido apartando a la humanidad del centro del universo en el que una vez se creyó (y en el que aún se creen algunos de nuestros congéneres).

Aquel centro del universo que disfrutaron nuestros antepasados era una ficción. Pensar que todas las estrellas y planetas giraban entorno nuestro era de los pocos consuelos disponibles al ver como las enfermedades y el hambre diezmaban las poblaciones. La esperanza de vida era de unos escasos 30 años y había que gastar prácticamente todo el tiempo disponible en luchar por subsistir un día más.

El ser humano hoy ha sufrido ese doble desplazamiento gracias al conocimiento, a la ciencia. En el plano material los niveles de bienestar, salud, alimentación y ocio son los más altos de la historia. El mismo conocimiento que nos ha llevado a ese bienestar nos muestra que quienes lo disfrutamos somos unos animales más en un pequeño planeta en los confines de una galaxia de entre tantas. Nada más y nada menos.

domingo, 1 de octubre de 2017

Los rangos de la percepción

Hace unos días publicaba como colaboración de Naukas en el Cauderno de Cultura Científica el siguiente texto:


Los seres humanos somos sensibles a diversas magnitudes, tanto externas como internas. De entre ellas recibimos información de dos tipos de ondas: las de presión en el aire que nos rodea (sonido), y ondas electromagnéticas que llegan a nuestros ojos (luz). Para poder hacerlo disponemos de unos detectores considerablemente sofisticados. Tantos los oídos como los ojos poseen unas prestaciones verdaderamente notables, pero limitadas a unos determinados rangos de frecuencias. Si consideramos la amplitud de los espectros electromagnético y sonoro, podemos llegar a pensar que somos prácticamente sordociegos, como dice una figura que ha dado muchas vueltas por internet (figura 1). ¿Es esto realmente así?

Figura 1.- “En la gran perspectiva de las cosas somos prácticamente sordociegos”. Esta figura ha dado muchas vueltas por las redes sociales (originalmente publicada en Abtruse Goose)

Hay tres características de la propagación del sonido que hay que tener en cuenta para comprender el interés evolutivo de percibir un rango particular de ondas sonoras. Por una parte, la atenuación del sonido es mayor cuanto más alta es la frecuencia o, visto al revés, los sonidos de bajas frecuencias son capaces de viajar distancias mayores. En segundo lugar tenemos que la reflexión del sonido es eficaz cuando choca con objetos del tamaño de la longitud de onda del mismo (o mayores). Por último, la capacidad de las ondas de rodear obstáculos (la difracción) también ocurre cuando las longitudes de onda y los obstáculos son de tamaños parecidos.

Así pues, los animales como murciélagos o delfines que utilizan el eco para localizar objetos (ecolocalización) tendrán que utilizar ondas de altas frecuencias (pequeñas longitudes de onda, por tanto) de forma que puedan resolver objetos pequeños y no verse afectados por la difracción. En cambio, los animales que utilicen el sonido para advertir la presencia de depredadores podrán beneficiarse de la difracción, de forma que les llegue información del peligro aunque haya obstáculos en el camino (piedras, matorrales, etc). Finalmente, hay animales que han desarrollado sistemas de comunicación a muy larga distancia, y para ello necesariamente han de emplear ondas de frecuencias muy bajas.

A lo anterior hay que añadir que los tamaños de los dispositivos para producir y recibir sonidos también están en proporción con la longitud de onda de los mismos. Así, solo animales grandes podrán acceder a los sistemas de transmisión a largas distancias, ya que las ondas de bajas frecuencias tienen longitudes de onda grandes. Es el caso de los elefantes y algunos cetáceos. Por el contrario, animales pequeños que usan la ecolocalización, como los murciélagos, perciben sonidos en un rango de 20 a 200 kHz. Sus sonidos más graves a nosotros nos resultan imperceptibles por ser demasiado agudos.

Se suele considerar que el intervalo audible para los humanos se extiende entre los 20 y los 20.000 Hz, aunque en condiciones de laboratorio algunos individuos perciben un rango algo más extenso; y en condiciones normales no pasamos de los 15.000, especialmente los adultos. Si nos fijamos en las longitudes de onda que corresponden a dicho intervalo (figura 2), vemos que está centrado en los tamaños de las personas, extendiéndose desde los 17 mm a los 17 m. Este intervalo es muy adecuado para controlar el entorno en un radio de unos 20 m. Resulta especialmente valiosa la difracción que permite que podemos oír personas en otra habitación aunque no podamos verlas.


Figura 2,. Espectro sonoro.

En el caso del intervalo visible, las restricciones son más severas, y de hecho las variaciones entre distintos animales son mucho más pequeñas que en el caso del sonido. El intervalo visible del espectro electromagnético está determinado por tres condicionantes. En primer lugar, es el principal componente de la radiación que nos envía el Sol. Nuestra estrella emite un espectro de radiación correspondiente al de la emisión de un cuerpo negro a 5900K que tiene pequeñas partes de ultravioleta e infrarrojo, flanqueando el grueso de su emisión, que es visible (figura 3).


Figura 3.- Espectro solar.

En segundo lugar, la atmósfera que recubre nuestro planeta es opaca a la mayoría del espectro electromagnético (figura 4). Si tomamos el rango de longitudes de onda que va desde un nanómetro hasta un kilómetro, catorce órdenes de magnitud, solo hay dos ventanas de transparencia. Una es para las ondas de radio (entre un centímetro y veinte metros, aproximadamente); y otra es en el visible y el infrarrojo, aunque con muchos altibajos debidos a la absorción de los distintos gases de la atmósfera. Es decir, de los catorce órdenes de magnitud considerados, solo dos y medio atraviesan la atmósfera. De hecho, cuando hemos querido observar el cosmos en otras zonas del espectro, ha sido necesario colocar los correspondientes telescopios en satélites. La observación terrestre se limita al visible y la radio (y las ondas de radio son demasiado grandes para que puedan resultar aprovechables por los animales).


Figura 4.- Opacidad de la atmósfera

Por último, la energía de los fotones del rango visible es compatible con las moléculas orgánicas que componen los seres vivos. Energías mayores (ultravioleta y más allá) rompen enlaces e impiden la estabilidad molecular; mientras que energías menores interaccionan poco, y es difícil imaginar detectores basados en estas moléculas, como sí ocurre con el visible.

Tras estas consideraciones, podemos poner en perspectiva la figura del comienzo. Es verdad que en el universo hay ondas a las que no somos sensibles, pero o bien no las hay en la superficie del planeta, o bien son muy poco relevantes para animales como los humanos. Al menos así ha sido durante miles de años, hasta que en las últimas décadas la ciencia y la tecnología nos han permitido medirlas. A día de hoy disponemos de instrumentación capaz de extender el rango original de nuestros sentidos y hacerlo prácticamente ilimitado.